Los reyes medievales se consideraban delegados de Dios en la tierra. Una coronación era una magnífica ceremonia, en la que los arzobispos ungían al nuevo rey con santos óleos como signo de su elevada condición.
Alrededor del año 1100, muchos vasallos se negaban a combatir por su rey. A cambio, se les permitía pagar un tributo en dinero, que era utilizado para contratar soldados. Ese tributo fue uno de los más antiguos que los nobles tuvieron que pagar a sus reyes.
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