La base de la alimentación en la Edad Media era producto de las labores agrícolas directas de una población que vivía en un 90 % en el campo. La imagen que tenemos de aquellos años es de hambre y extremo trabajo. Veamos cuales son las realidades.
Las técnicas agrícolas tradicionales eran poco eficaces y las cosechas producían poco: los tubérculos eran pequeños y arrugados, el ganado daba poca carne y los cereales tenían el grano muy pequeño. Un campesino del siglo XIV se contentaba con cosechar unas 12 fanegas (lo que sería unos 55 kilos) de trigo por hectárea de tierra, mientras que las expectativas de un granjero moderno son de 140 fanegas por hectárea.
Los campesinos medievales eran muy conservadores y muy reacios a cambiar sus viejos métodos por otros nuevos, aunque comportaban notables ventajas. Pero no lo hacían por ignorancia, sino por precaución, pues cuando la cosecha era mala había que esperar hasta la siguiente para poder conseguir comida para alimentar a sus familias. Así pues desconfiaban de todo lo nuevo ya fueron cultivos, animales o aperos de labranza.
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