Los labradores debían reservar una cuarta parte del grano para utilizarla el año siguiente como simiente. Del resto una décima parte era para la Iglesia en concepto de diezmo (tributo). Parte importante debía darse al señor feudal en concepto de pago por uso del molino, el lagar o en forma de tributo de distintas cuestiones que agobiaban al campesino. Una parte de lo que quedaba se lo comían las ratas o se estropeaba, con lo cual el grano para hacer pan no era suficiente.
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