Muchos aprendimos de memoria aquella historia de la Historia en que el fin del Imperio Romano de Occidente es el hito que marca el comienzo de la Edad Media. Esta cuestión es ya de por sí arbitraria, es lo mismo que asegurar que la lluvia termina justo en la esquina de casa, y así nada más, de la noche a la mañana se produce un cambio absoluto.
Dividir a la historia en compartimientos estancos y englobar a “mil años” como un período “Inter - Medio” una época de paso cuya importancia deriva en ser un puente entre dos edades fuertes, es un grave error.
Mucho de esto (por suerte) ha sido revisado o al menos criticado. Hoy sabemos que la Alta Edad Media (entre los siglos VI y XI) puede ser pensada también como Antigüedad Tardía dado las continuidades más cercanas a un mundo antiguo esclavista que al Modo de Producción Feudal (al margen de la tesis de Pierre Dockés[1]).
El aspecto que aquí nos interesa se relaciona con analizar el inicio de esta “Edad Puente”, la caída del Imperio Romano. Cuando hablamos de este período, florido en invasiones y crisis nos imaginamos el fin de una era y la llegada de la “Edad Oscura”; el retroceso de la palabra escrita ante la barbarie destructora y un mundo de luz azotado por arrolladoras fuerzas salvajes, en resumen, un panorama desolador que ha quedado grabado en nuestras mentes. Esto nos llena de preguntas: ¿Fue en realidad el año 476 el fin del imperio y el de una era de luces? ¿Los bárbaros destruyeron todo a su paso como un vendaval imparable? ¿Cómo es posible que un poderoso imperio, resultado de una de las civilizaciones más avanzadas de todos los tiempos, fuera presa de bandas saqueadoras casi sin organización y desapareciera así nada más? Y si no es así ¿cuáles fueron entonces las verdaderas causas de su fin?
Empecemos... La caída del Imperium Romanum Christianum no debe ser pensada como el fin o el comienzo de una era, si bien significó cambios, estos se venían anunciando ya desde un par de siglos antes. Entre los años 235 y 284, Roma había sorteado una anarquía militar en donde tres docenas de emperadores-soldados gobernaron (a un promedio de dos años y medio cada uno) y donde casi todos terminaron sus días por muerte violenta. Las legiones resultaron ser preponderantes a la hora de “hacer política”, convirtiéndose en el fundamento absoluto del poder. Incluso muchos generales llegaron a independizar provincias enteras por la fuerza de sus tropas, un ejemplo es el de la Galia, que entre el 259 y el 274 fue regida por Póstumo y Tétrico (quienes con esos nombres obviamente no terminaron muy bien). La militarización del poder tuvo un efecto contundente en la debilidad de los emperadores. Pero Roma, aun así se recuperó de inmediato e incluso volvió a unificarse y a brillar bajo los emperadores Constantino y Teodosio.
Muchos investigadores piensan que el fin del imperio estuvo relacionado más a cuestiones económicas y sociales que a las militares. El imperio occidental era el más débil, con su posición de proveedor de materias primas y como consumidor de productos que provenían del rico Imperio Romano de Oriente. Por otro lado, a nivel poblacional en Oriente se concentraba una mayor densidad de habitantes (sólo en Egipto vivía una octava parte del total de la población del imperio). A esto hay que sumarle una capacidad productiva y una fertilidad del suelo más baja en Occidente, además de una crisis financiera del estado (el problema para nada nuevo del déficit fiscal). Habría que agregar una sociedad que ya no aceptaba la idea del servicio obligatorio por una marcada falta de lealtad (sobre todo en los estratos bajos, los más maltratados y punzados por tributos ). Así surge la interpretación de la “descomposición interna” de M. Rostovzev en que las invasiones bárbaras fueron las simples ejecutoras de un destino que ya estaba decidido mucho antes en su decadencia. Esta visión del “liberalismo doctrinario” de la historia, que culpa al sistema económico “estatal” romano, es peligrosamente falsa. El Imperio Romano de Occidente, con todas las dificultades y debilidades, no estaba vencido, y si bien su aparato estatal cayó estrepitosamente ante las invasiones, está comprobado que podría haber resistido mucho tiempo más. Un buen ejemplo son los mil años que duró luego el Imperio Romano de Oriente (según los estudios más recientes de economía histórica, las diferencias entre Oriente y Occidente, no son lo suficientemente marcadas para explicar el fin de este último).
La otra interpretación del fin de Roma que nos queda, es la que sostiene que este imperio capaz de funcionar y vivir, fue destruido por una fuerza externa, tal es el caso de las invasiones bárbaras. Uno de los defenderos acérrimos de esta postura, André Piganiol escribía que “Es completamente falso decir que Roma se hallase en aquel tiempo en el ocaso (…). El mundo romano no ha caído por muerte natural, ha sido asesinado”.
Aquí entramos en el debate militar, pues sabemos que el ejército romano fue la máquina de guerra por excelencia de la antigüedad. Su número esta estimado entre los 300 o 400 mil hombres, una cifra importante, aunque debemos pensar que estaban distribuidos por toda la línea fronteriza. Este hecho es compensado por una mejor preparación y organización, lo mismo que la ventaja estratégica de la defensa en fortalezas y murallas (se necesitan diez veces más soldados para atacar un reducto que para defenderlo), con una amplia red de comunicaciones y suministros. La imagen que se tiene, en cambio, de las tácticas de los pueblos germanos (Godos, Vándalos, francos, Burgundios, Lombardos, Alamanes, Suevos, Hérulos) e incluso de los Hunos, es de sencillas correrías de saqueo.
¿Cómo vencieron entonces los bárbaros?
Nos acercamos una vez más a una “interpretación bélica de la historia”
Continuará...
[1] Este investigador francés sostiene en su excelente libro “La liberación medieval” que en la Alta Edad Media se va perfilando un Modo de Producción Feudal primario que será reemplazado por el definitivo luego del siglo XI. Su hipótesis fue rebatida por varios importantes estudiosos en la materia como George Duby, Pierre Bonnassié y Gui Bois.
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