El cinturón de castidad llega a nuestros días como un instrumento de fetichismo que muchas personas usan dentro de sus prácticas sexuales, así como porta ligas y ropajes de cuero u otros enseres. El susodicho cinturón nació, como bien sostiene su nombre, con una finalidad muy distinta, la de proteger la castidad de vírgenes o la fidelidad de esposas.
Hay mucha polémica sobre el cinturón de castidad, pero empecemos por lo primero, es decir, por describirlo: al parecer un cinturón de castidad es un cinturón o braga de hierro, que se cierra con llave, y que supuestamente se obligaría a usar a algunas mujeres en la Edad Media para evitar las infidelidades o deslices sexuales.
Lo cierto es que el objeto ganó popularidad en Inglaterra en el siglo XIX gracias a un libro cuyo contenido lo describía como "una de las cosas más extraordinarias que los celos masculinos hayan realizado". El libro describe cómo era usado el objeto para asegurar la fidelidad de las damas que se quedaban solas en casa mientras los aguerridos maridos iban a luchar a las Cruzadas.
Esta es la opinión que más se sostiene, pero tiene un gran error, y es que el cinturón de castidad no puede usarse más que durante unas horas, a lo más un par de días. De otra forma, la mujer que lo llevase moriría víctima de infecciones, abrasiones y laceraciones provocadas por el contacto con el metal.
En realidad, el cinturón de castidad era utilizado por las mujeres como defensa contra la violación, en época de acuartelamiento de soldados, durante viajes y en estancias nocturnas en posadas. Su uso era mas frecuente en enfermeras y religiosas que atendían heridos en los frentes de batalla para evitar las violaciones.
De cualquier modo, el cinturón de castidad es en realidad, según algunos especialistas, una invención muy posterior a la Edad Media, como mínimo del Renacimiento, aunque lo cierto es que no existen referencias históricamente probadas anteriores al siglo XIX. Ninguno de los cinturones de castidad que existen fueron hechos en el medievo, todos los expuestos en museos fueron retirados tras comprobar que eran falsificaciones del siglo XIX.
En la actualidad siguen existiendo en forma de juguetes eróticos y, en algunos casos, son hombres quienes se los ponen a sí mismos para luego ceder las llaves a su pareja.